Esa extraña mirada con que lo ves todo, no es la misma que tiene el resto de los mortales. Ellos, los otros, ven aquello y lo otro de una manera compaginada, comprimida, planificada o por último sencilla, sin preguntarse los por qué.
Tu mirada a ratos hiere, como duelen las verdades haciendo un surco en el orgullo haciendo sangrar lágrimas de desconsuelos y de conciencia de soledad en este devenir embriagador y nauseabundo.
¿Por qué te has presentado ante mi?¿ a caso lo necesitaba?¿ requería ser desvestida una y otra vez, hasta que mi piel quedara sin sus bellos y poros?
Dímelo tú, esta vez yo no tengo la respuesta ya se me han acabado. He recorrido el mundo preguntando, contestando y la saliva junto a las palabras se han ido. Las pocas que tenia las he puesto en algunos papeles que nunca publicaré.
¿Serás capaz de contestar, de buscar entre los escombros de tus pisadas aquellos momentos? ¿te darás permiso, te permitirás esta vez pensar en mi, y no en ti? ¿dejarás de lado ese nuevo futuro ya construido?
Creo que nuevamente no se escuchará nada padre, que lástima, que pena siento por ti y por mi, una y otra vez. La herida no se cierra, el dolor permanece, las preguntas quedan sin contestar, sin encontrar las palabras adecuadas, para explicar lo sucedido, lo acontecido, lo humillado, lo fantaseado.
No, querido, no, no será como quieres esta vez sino como yo lo quiero. Todo o nada. Abrigo o desconsuelo. Nada a medias.
Dime ¿me vendrás ver? ¿cruzarás la línea imaginaria del tiempo y del espacio y estarás conmigo? ¿me abrazarás como se hace con un viejo amigo? ¿o me tratarás con indiferencia?
¿Para qué quiero yo unos minutos, para guardar el llanto de la pena de no verte? Lo siento no me sirve. No gastes energía, coraje porque de eso se necesita bastante y tú no lo tienes.
¿Has venido a verme, has hecho el intento? ¿has tomado tu auto con rumbo desconocido hacia mi?
Tu mirada, tu bella mirada color madera, profunda como un mar nuevo de un color distinto, a tierra. A ese lugar que se extraña sin haberlo conocido, como a casa. Como un padre y una madre protectora de este mundo desgarrado, como el abrazo del dios eterno.
Y ahí, desnuda, sin abrigo se queda una.